sábado, 4 de mayo de 2013

Buscando la inspiración

Dicen que uno de las peores temores del escritor es encontrarse ante la hoja en blanco. Hay días en los que no te sale absolutamente nada. Intuyes que la idea está cerca, que revolotea a tu alrededor, pero no hay manera de agarrarla... Hasta que un día, a veces en el momento más inesperado, ¡zas!, esa burbuja de luz estalla en tu cabeza. 

 Según he leído, la mayoría de la gente que escribe necesita pasar muchas horas trabajando, dándole vueltas a la cabeza, rellenando hojas y tirándolas a la basura, antes de encontrarse con esa idea que busca. Es un poco como el proceso que se necesita para obtener unas gotas de aceite: para ello es necesario exprimir cientos de aceitunas. Como decía Picasso: "La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando".

 No es de extrañar, pues, que para tratar de mantener esa conexión mágica, efímera, los escritores recurran a todo tipo de rituales. Hemingway, por ejemplo, escribía a lápiz, sobre papel de cebolla; Goethe escribía de pie. Robert Graves escribía en su casa de Mallorca, en una habitación donde todo estaba hecho a mano: decía que estar rodeado de cosas construidas de forma artesanal era importante para su actividad creativa. Thomas Mann tenía en su estudio frascos de colonia, palanganas con agua de violetas en las que cada tanto se lavaba las manos, mientras que Rimbaud pasaba días enteros sin ocuparse de su higiene personal, escribiendo a veces desnudo. Jack Kerouac escribió "En el camino" en un rollo de papel de teletipo, en sólo tres semanas, por miedo a perder la concentración y la racha... 

 En todo caso, nadie ha dado con la fórmula perfecta para que el idilio con las musas se perpetúe a voluntad. "La inspiración es trabajar todos los días", sentenciaba Baudelaire.



Fuente:http://www.papelenblanco.com